miércoles, 15 de junio de 2011

Los Primogénitos del Átomo


Bryan Singer es un hombre de extremos: Su nombre figura entre el quinteto que consagró a los superhéroes como un género viable y popular en el cine—acompañado de Richard Donner, Tim Burton, Sam Raimi y Chris Nolan—pero también es recordado como el único director capaz de devastar dos franquicias con una sola decisión: Dejar la tercera parte de su trilogía X-Men en manos ajenas para dirigir Superman Returns.

Con semejantes antecedentes, las expectativas sobre X-Men: First Class eran considerablemente bajas, a pesar del retorno de Bryan Singer a la franquicia en el rol de productor.  Entre rumores de problemas en la filmación y cuestionamientos sobre sus desviaciones del canon, el film prometía no ser más que una movida de Twentieth Century Fox para impedir que los derechos cinematográficos sobre los mutantes revirtieran a Marvel, reflejando las decisiones impetuosas de Sony sobre la franquicia de Spider-Man.  Le desfavorecía también ser precedida por X-Men Origins: Wolverine, que si bien gozó de la impecable interpretación de Hugh Jackman padeció de un defecto irremediable: El origen de Logan nunca debió contarse de forma lineal.

Frente a estos desafíos Matthew Vaughn, Ashley Miller, Zack Stentz y Jane Goldman nos han sorprendido con lo que muy bien puede ser la mejor película de los X-Men a la fecha, o si no por lo menos a la altura de la tan admirada X-Men 2, aunque con un tono muy distinto.  Además, ha superado al previo lanzamiento de Marvel de este año, Thor.


Es muy interesante ver cuánto cambia el matiz de una película de X-Men cuando Wolverine no es el protagonista.  En esta entrega el principal es Charles Xavier—no el sabio y sereno profesor de Patrick Stewart sino un Charles joven, entusiasta y con una pizca de travesura en el alma.  Parece poco probable que este brillante estudiante universitario—cuyo vínculo más cercano es una joven Mystique, junto a quien ha crecido y mantiene una amistad compleja y ocasionalmente injusta—llegue a ser un gran líder en el futuro.  Charles es reclutado por Moira McTaggert—convertida aquí no sólo en estadounidense sino en agente de la CIA—para tratar de descifrar la naturaleza de los seres que trabajan con Sebastian Shaw en el Hellfire Club de Las Vegas.  Su investigación sobre Shaw hará que su camino se cruce con el de Erik Lensherr, un judío que cruza las fronteras cazando a los Nazis de los que fue prisionero.

Desde que el futuro Magneto entra en escena la pantalla se enriquece con la fenomenal química entre el carisma de James McAvoy y la intensidad Michael Fassbender, quienes ingeniosamente caracterizan a sus personajes en ejes lejanos a los arquetipos que llegarán a ser y los transforman en personas complejas y emotivas.  Su fascinante bromance es el núcleo de la película, el reclutamiento de los primeros X-Men apenas una consecuencia de la evolución de su relación.

Complementando esa trama principal Kevin Bacon—quien se adapta muy bien al rol de villano clásico—nos divierte al poner en práctica una entretenida conspiración que Sebastian Shaw teje entre eventos históricos reales, mientras que un inusual triángulo sentimental se dibuja entre Magneto, Mystique y Beast que ayuda a resaltar las dificultades que cada uno de ellos vive con su mutación.  El resto de los X-Men—Banshee, Havok, Ángel, Darwin—y los esbirros de Shaw—Emma Frost, Azazel, Riptide—quedan limitados a roles secundarios que se lucen principalmente en la batalla final en las playas de Cuba.

Ambientar la historia en 1962 contribuye a refrescar el género, distanciando este film del escenario tradicional de las adaptaciones de superhéroes, y la época permite  vincular la premisa a la visión original de Stan Lee, quien concibió las mutaciones como consecuencia de la era nuclear.  Y a diferencia de X3, aquí las abundantes desviaciones del canon de los comics son fieles al espíritu del concepto y son bienvenidas como los pilares de un universo cinematográfico coherente y convincente.


El quinto film del instituto de Xavier se beneficia con que la audiencia general ya está preparada para el mundo de los mutantes y no hay que introducirla con vaselina como sucedió con el film original del año 2000.  El desarrollo pausado del conflicto Xavier/Lensherr ha abierto la puerta a introducir a otros antagonistas como Shaw en lugar de apoyarse exclusivamente en Magneto, lo cual también es una renovación grata.


First Class es todo lo que Last Stand y Wolverine debieron ser, y su éxito se debe a un guión sólido y equilibrado que le da más prominencia a matizar las caracterizaciones que a los espectáculos visuales (aunque estos no están en escasez).  Vaughn y Singer se han reivindicado como un buen equipo, y mientras Fox los mantengan interesados en futuras películas la franquicia tiene por delante un futuro muy próspero.

Crucemos los dedos porque en los años venideros estos actores no asciendan al super-estrellato y hagan imposible entregas posteriores con sus salarios exorbitantes (CoffHalle BerryCoff) …


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