“The trouble with changing the world is… you don’t. Not all at once. You just inch it forward, a bit at a time, and watch it slip back, like the greek guy with the rock. And you hope that when you’re done, you’ve moved it up a little, changed it just enough.” Buffy
Expresé previamente mi aprehensión de que la octava temporada de Buffy The Vampire Slayer publicada por Dark Horse Comics se descarrilara hacia un espectáculo visual sin el alma de la serie de TV, y tenía motivos válidos. El mismo Joss Whedon reconoce en un ensayo al final del último tomo que uno de los propósitos de esta temporada era reconciliar el desenlace del programa con el futuro oscuro de Fray. Esto por definición nos aleja de un escenario contenido como el de Sunnydale.
“This is the weirdest, bestest, weirdest best day of my life. What you’ve done for me, I can’t describe. I can’t pronounce. You gave me perfection, and you gave it up. Jesus, Angel, that’s not just the love of my life. That’s the guy I would live it with.” Buffy
Llegamos al tomo octavo y final titulado Last Gleaming y, tal como lo hacía en los clímaxes del programa, Whedon toma control del teclado—con la ayuda de su editor Scott Allie, quien aquí tiene crédito de co-guionista. Con su demostrada destreza para mezclar aventuras fantásticas y emociones genuinas, Joss alivió mis miedos y nos obsequia una conclusión tan satisfactoria y evolutiva como los finales de las temporadas dos y cinco.